Declaración de la IV internacional sobre la revolución en Túnez y Egipto


Las revoluciones están en marcha en Egipto y Túnez

Declaración del Buró de la Cuarta Internacional

Cuarta Internacional

El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, estas rompen las barreras que las separan de la palestra política, (…). La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos."

León Trotsky, Prólogo de Historia de la Revolución Rusa

Tal como ocurre con cualquier revolución, la situación cambia cada hora. Cualquier análisis será superado indudablemente por los eventos que ocurran en las próximas horas o días. Pero ya podemos decir que los pueblos tunecino y egipcio están escribiendo las primeras páginas de las revoluciones del siglo 21. Están causando conmoción en el mundo árabe, desde Argel hasta Ramala, desde Ammán hasta Saná en Yemen. Dentro de las condiciones históricas particulares de esta sociedad, estas revoluciones surgen de la crisis que está sacudiendo al sistema capitalista mundial. Las “rebeliones de pobres” se combinan con una movilización inmensa por la democracia. Los efectos de la crisis económica mundial, junto con la opresión de las dictaduras, están convirtiendo a estos países, en la situación actual, en los eslabones débiles de la dominación imperialista. Están creando las condiciones para el comienzo de procesos de revoluciones sociales y democráticas.

 

Manifestaciones, huelgas, mítines masivos, comités de autodefensa, movilizaciones de sindicatos, de asociaciones civiles y de todas las clases populares; “aquellos de abajo” y “aquellos del medio” que se pasan hacia la insurrección, “aquellos de arriba que ya no pueden gobernar como antes”, convergencia entre partidos de la oposición radical contra el sistema, estos son todos ingredientes para una situación prerrevolucionaria o revolucionaria que hoy está ya a punto de estallar.

Hoy le toca el turno a Egipto ver a cientos de miles de trabajadores, jóvenes y desempleados hacerle frente a la dictadura de Mubarak.

En Túnez, una dictadura sangrienta fue talada. Era el foco del odio de una sociedad entera; de las clases populares y, en particular, de la juventud. Tenía que desbaratarse el régimen de Ben Alí, su represión y corrupción, un sistema apoyado por todas las potencias imperialistas, Francia, Estados Unidos, la Unión Europea.

Es este mismo movimiento el que se extiende hoy por Egipto.

Existen, por supuesto, diferencias históricas entre ambos países. Egipto es el país más poblado del mundo árabe. Tiene un lugar geoestratégico decisivo en Oriente Medio. Las estructuras del Estado, las instituciones y el rol del Ejército son distintos allí. Pero es el mismo movimiento básico el que afecta a ambos países.

Las masas tunecinas ya no podían soportar un sistema económico –“un buen alumno de la economía mundial”, según el Sr. Strauss-Kahn— que las hacía morir de hambre. El aumento general de los precios de los alimentos básicos, un desempleo de casi 30 por ciento y cientos de miles de personas jóvenes entrenadas, cualificadas y sin trabajo crearon terreno fértil para el desarrollo de una revuelta social que, combinada con la crisis política, llevó a una revolución.

Entre 2006 y 2008, hubo aumentos dramáticos de los precios de los productos esenciales, incluidos el arroz, el trigo y el maíz. El precio del arroz se triplicó en cinco años, de aproximadamente $600 la tonelada en 2003 a más de $1800 la tonelada para mayo de 2008.

El aumento reciente del precio del trigo se evidencia con un salto de un 32 por ciento reportado durante la segunda mitad de 2010 en el índice combinado de los precios de los alimentos.

La gran alza en los precios del azúcar, de los cereales y de las semillas oleaginosas llevó a niveles récord los precios de los alimentos a nivel mundial, excediendo los de 2008, lo cual causó revueltas en todo el mundo.

Al mismo tiempo, el FMI y la OMC están exigiendo levantar todas las barreras arancelarias y cesar todos los subsidios de alimentos.

La reciente alza especulativa de los precios de los alimentos intensificó el desarrollo mundial de la hambruna a una escala nunca antes vista, la cual está golpeando a una serie de países en África y el mundo árabe.

Egipto también ha sentido los efectos del aumento general de los precios de los alimentos. La economía no crea suficientes empleos para aliviar las necesidades de la población. Las políticas neoliberales que se han implementado desde 2000 han agravado las desigualdades y empobrecido a millones de familias. Cerca de 40 por ciento de los 80 millones de egipcios siguen viviendo con menos de dos dólares por día, y 90 por ciento de los desempleados son menores de 30 años.

Otro asunto extraordinario es  que la federación sindical nacional –dirigida por miembros del gobierno—ha retirado en parte su apoyo al gobierno en las dos semanas desde que se produjo la insurrección tunecina. Querían que se controlaran los precios, un aumento de salarios y un sistema de distribución de alimentos subsidiado; al no ser capaz el pueblo de obtener las necesidades básicas, tales como el té o el aceite. Que los líderes sindicales exijan esto no tiene precedentes porque han sido defensores ciegos del neoliberalismo. Ese es el impacto de los eventos tunecinos.

En Túnez, esta revolución tiene raíces profundas. El movimiento social actual es el resultado de un ciclo de movilizaciones y movimientos que sacan su fuerza de la historia de las luchas del pueblo tunecino y sus organizaciones, particularmente muchas asociaciones que luchan por los derechos humanos y las libertades democráticas, y los sindicatos, como son muchos sectores de la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT).

Recordamos la lucha en 1999 de ciertas figuras por la libertad de expresión y de viajar, el movimiento de 2000 de los estudiantes de escuela superior, las movilizaciones de 2001 contra la guerra en Irak, la segunda Intifada en 2002-2003, las huelgas y las manifestaciones de 2008 en Gafsa, Ben Guerdane en junio de 2010 y Sidi Mouzid, que para finales de 2010 abrió el camino para la revolución.

Se trata de un movimiento histórico, que comenzó con esta combinación de revuelta social y del derrocamiento de una dictadura, pero que hoy busca llegar más allá. Se trata de una revolución democrática radical que tiene exigencias sociales anticapitalistas.

Ben Alí tuvo que huir, pero la esencia de su sistema gansteril permaneció. La fuerza de la movilización ha obligado a los otrora partidarios de Ben Alí a abandonar gradualmente el gobierno, pero, mientras escribimos esta declaración, el Primer Ministro es Ghannouchi, partidario de Ben Alí.

Y la revolución quiere llegar más allá: “¡RCD, fuera!”, “Ghannouchi, fuera!”, detrás de estas exigencias, es el sistema político en su totalidad, todas las instituciones, todo el aparato represivo el que debiera ser erradicado. Es necesario acabar con todo el sistema de Ben Alí y establecer todos los derechos y las libertades democráticas: el derecho a la libre expresión, el derecho a huelga, el derecho a manifestarse, el pluralismo de asociaciones, sindicatos y partidos.

¡A abolir la presidencia e instalar un gobierno revolucionario provisional!

Deshacerse de la dictadura y de todas las actividades que buscan proteger el poder de las clases dominantes  significa hoy iniciar un proceso de elecciones libres para una Asamblea Constituyente. Este proceso debe tener sus bases en la organización de comités y consejos populares y de coordinación que han surgido del proceso actual, si es que no ha de ser confiscado por un nuevo régimen oligárquico.

En ese proceso, los anticapitalistas defenderán las exigencias clave de un programa que rompa con la lógica imperialista y capitalista: satisfacer las necesidades vitales de las clases populares –pan, salarios, empleos; reorganización de la economía a base de las necesidades sociales fundamentales—servicios públicos gratis y adecuados, escuelas, salud, derechos de las mujeres, reforma agraria radical, socialización de los bancos y de los sectores clave de la economía, ampliación de la protección social para el desempleo, salud y retiro, cancelación de la deuda, soberanía nacional y popular. Este es el programa de un gobierno democrático que estaría al servicio de los obreros y la población.

Al mismo tiempo, ya sea para organizar la defensa de los distritos, para sacar de la administración estatal o de las grandes compañías a los líderes de la RCD, o para reorganizar la distribución de los artículos de alimento, los trabajadores y los jóvenes están organizando sus asambleas y comités propios. Los sectores más combativos y los más radicales deben apoyar, estimular, organizar y coordinar todas estas estructuras de autoorganización. Son algo sobre lo cual hay que construir para establecer un poder democrático de las clases populares.

Para el momento en que escribimos esta declaración, Egipto está en un estado de insurrección. A pesar de la represión sangrienta, se desarrollan oleadas de movilizaciones de  masas. Cientos de miles de manifestantes están en las calles del El Cairo, Alejandría y Suez. La sede del dominante PND y símbolos del régimen han sido atacados. El odio hacia el sistema de Mubarak, el rechazo total a la corrupción y el llamado a que se satisfagan las exigencias sociales vitales contra las alzas de los precios han dado pie a y han alimentado la movilización de todas las clases populares. El régimen está vacilando. El liderato del Ejército, apoyado por Estados Unidos, ha intentado un “golpe autogestionado” al poner a Omar Suleiman, cabeza de los servicios secretos y pilar del régimen actual, al lado de Mubarak como vicepresidente. El Ejército está bajo mucha presión. Se han observado escenas de confraternización entre el pueblo y los soldados, pero, ante la determinación de los egipcios, el liderato del Ejército también podría optar por la confrontación y la represión violenta. La exigencia de las millones de personas en las calles no puede estar más clara: Mubarak debe irse, pero es toda la dictadura, todo el aparato represivo el que hay que derrumbar y ser sustituido con un proceso democrático con todos los derechos y las libertades. El llamado a un día de movilizaciones el 1ro de febrero es el próximo paso.

En Egipto también es necesario acabar con la dictadura y fundar un proceso democrático con todos los derechos y las libertades democráticas fundamentales.

El movimiento actual es el más importante desde las revueltas del pan de 1977, pero aquí nuevamente tiene raíces profundas.

Mubarak ha mantenido un régimen dictatorial durante los pasados 30 años, con el cual ha encarcelado y asesinado a sus oponentes, suprimiendo cualquier expresión independiente del movimiento social y de la oposición política. La farsa electoral de noviembre de 2010, controlada en su totalidad por el PND (el cual ganó más del 80 por ciento de los puestos), es el ejemplo más reciente. Durante los últimos años, ha habido movimientos huelgarios importantes -- particularmente de los trabajadores textiles de El-Mahalla—, huelgas generales y manifestaciones y protestas de diferentes categorías sociales, grandes movilizaciones antiimperialistas en 2004 contra la ocupación militar de Irak y Afganistán, los cuales han marcado el rechazo y el aislamiento de un régimen sostenido solo por Estados Unidos y la Unión Europea.

Egipto es, junto con Israel y Arabia Saudita, uno de los tres pilares de la política imperialista en la región. Estados Unidos, Israel y Europa harán todo lo que esté a su alcance para evitar que Egipto escape de su zona de influencia y para oponerse a un desarrollo revolucionario de las protestas.

La revolución tunecina ha encendido al mundo árabe. También es, para toda una generación, su primera revolución. Todo puede cambiar hoy con el levantamiento del pueblo egipcio. La movilización tendrá indudablemente sus repercusiones a través de la región, particularmente al alentar a los palestinos, a pesar de la vergonzosa declaración de Mahmoud Abbas.

Tenemos que construir una pared de solidaridad alrededor de los procesos revolucionarios que se desarrollan en Túnez y Egipto, apoyado por la solidaridad activa con las movilizaciones que se están dando por todo el mundo árabe. No podemos ignorar la posibilidad de golpes fuertes por parte del aparato represivo de Ben Alí, o las amenazas de su amigo Khadaffi. Asimismo, si el régimen opta por la confrontación, los líderes del Ejército podrían desatar una represión sangrienta.

Ante la profundización del proceso revolucionario, las potencias de Occidente y las clases dominantes tratarán de retomar el control quebrando esta inmensa esperanza.

Los pueblos tunecino y egipcio deben poder contar con la totalidad del movimiento obrero internacional, con la totalidad del movimiento por la justicia global. En los sindicatos, las asociaciones, los partidos de izquierda, debemos apoyar las luchas de estos pueblos y la revuelta que relampaguea por todo el mundo árabe.

¡Que vivan las revoluciones tunicina y egipcia!

¡Solidaridad con las luchas del mundo árabe!

Buró de la Cuarta Internacional

8:00 p.m., 30 de enero de 2011