Sobre el documento del PRT y el proyecto alternativo de AMLO: Guillermo Almeyra



LA SABIA RESPUESTA DEL GATO DE CHESHIRE

Sobre el documento del PRT “Saludo y crítica al Proyecto Alternativo de Nación” de Andrés Manuel López Obrador

 

Guillermo Almeyra

 

¿Me puedes decir qué camino tomar para salir de aquí? preguntó Alicia al sonriente Gato de Cheshire. Depende de adonde quieras llegar, éste le contestó.

Es una sabia respuesta. En la relación fin-medio, sin duda debe haber plena coherencia y, sin duda, es imprescindible saber cuál es el camino más adecuado para llegar, con los menores esfuerzos y en apenas un año, a construir otro modelo de país, a provocar un cambio profundo en México, a lograr un país liberado de la mafia oligárquica que actualmente lo gobierna. Pero, aunque no lo haya dicho el Gato, es igualmente indispensable saber si ese fin –un Estado democrático, de Bienestar Social y de derecho- es factible y no resulta utópico pese a su moderación si se quiere llegar a él escogiendo el camino y el terreno que más favorece a los que resistirán de todos los modos posibles que los pueblos caminen y avancen porque temen por su existencia misma.

 

Las reformas sociales, como las Constituciones, reflejan una relación de fuerzas entre las clases populares y los agentes del capital. Los procesos revolucionarios y las luchas de masas en la Europa del siglo XIX forzaron en efecto a los capitalistas a conceder las ocho horas, la supresión del trabajo infantil, las primeras leyes sociales. La revolución rusa de 1917 y su extensión por la Europa Central así como la gran crisis capitalista de 1929-32 tuvieron a su vez en los años 20-30 un efecto doble y contradictorio: en algunos países obligaron a los gobernantes, temerosos, a ampliar los hasta entonces muy escasos márgenes democráticos (ese fue el caso de la ruptura con Calles y del cardenismo en México) y, en otros (Japón, Italia, Alemania) llevaron a brutales dictaduras clasistas y a la preparación de las matanzas de la Segunda Guerra Mundial. El fin de ésta, con la derrota del nazifascismo, el debilitamiento de las grandes potencias colonialistas europeas y la aparición de la Unión Soviética como gran potencia vencedora, aterrorizó por último al capitalismo que, por miedo al comunismo y a la fuerza de las reivindicaciones sociales, concedió grandes reformas sociales y construyó el Estado del Bienestar Social (que terminó, y no por casualidad, cuando terminaron las causas que lo habían originado).

Las reformas-nuevas, reconquistadas o readaptadas- son hijas directas del temor a la revolución, de las luchas populares, de la organización de los trabajadores en el sentido más amplio de la palabra. Lo mismo es válido para las Constituciones en general (ese pedazo de papel en la boca de un cañón, como decía el constitucionalista F. Lassalle) y para la mexicana de 1917, en particular, que fue posible por las victorias villistas y zapatistas y por la existencia en el carrancismo de una vasta ala jacobina y constitucionalista.

Las leyes electorales dependen sólo de la fuerza de los ciudadanos movilizados que las hacen cumplir y los resultados electorales, de la posibilidad de los mismos de impedir o anular el fraude o de insurgir contra el intento de imponer por la fuerza, “legal” o no, el gobierno de una minoría mafiosa.

Las preguntas básicas, por consiguiente, antes de elegir el punto de llegada y el camino hacia el mismo, son ¿cuál es el contexto mundial y la fase económica, política y social por la que atraviesan el capitalismo financiero y el imperialismo? ¿Pueden ellos oponerse o no a una gran “revolución ciudadana”, como la que triunfó en Ecuador? ¿Pueden tolerar incluso gobiernos muy moderados nacionalistas-desarrollistas, que buscan hacer una política redistributiva y de mantenimiento del mercado interno con apoyo popular, como el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner?

Además, como pregunta el Partido Revolucionario de los Trabajadores en su interesante documento, ¿existe una burguesía nacional mexicana, sólida e independiente, capaz de enfrentar al capital financiero internacional, a las transnacionales que constituyen el grueso del capitalismo en México, a los grandes bancos extranjeros y capaz de elaborar una política propia y de apoyarse en los obreros, campesinos y sectores pobres oprimidos o explotados de todo tipo? ¿El imperialismo, por no hablar de la oligarquía y sus grupos de hombres armados, con uniforme o en el narco, aceptará la instauración en México de un Estado Benefactor, con una política nacionalista y social o adoptará el camino que el Departamento de Estado y la oligarquía siguieron en Honduras? ¿La ola de masas necesaria para barrer la dictadura del capital y sus instrumentos represivos será lo suficientemente grande y radical? ¿Un nuevo fraude descarado, como el de 1988 o el del 2006, enfrentará esta vez una resistencia civil fuerte y desestabilizadora, la movilización pacífica pero decidida y permanente a la Gandhi, que rompa el frente de la burguesía, despierte fuerzas en América Latina, retome el hilo jamás cortado de la Revolución Mexicana, movilice a millones de mexicanos y latinos en las entrañas del monstruo imperialista?

Más en general ¿es posible hacer política, en México, pero limitándose sólo al terreno electoral a pesar de la Justicia Electoral que padecemos y del control monopólico de los medios de información en manos de los enemigos de los trabajadores mexicanos? Si quieres ejercer y preservar tus derechos y evitar que el establishment mafioso te condene como “peligroso para el país” ¿no debes acaso tener fuerza, golpear donde más las duela a los usurpadores, responder a la violencia de las palabras y de las maniobras leguleyas de los poderosos con la tranquila violencia organizada de la fuerza de los trabajadores?

La derecha mexicana jamás se apoyó sólo en México. Viajó a Europa a mendigar un emperador extranjero, se opuso, como Estados Unidos, a Cárdenas, es proimperialista y habla y piensa en inglés. Este no es un rasgo particular de Calderón y su entorno: en Bolivia “Goni” Sánchez de Lozada, que quería regalar el gas y causó matanzas de bolivianos para preservar el poder antes de tener que exiliarse en Estados Unidos, había estudiado entre los gringos y hablaba castellano con acento gringo

Es que los agentes del capital financiero internacional están entrelazados con el mismo, del cual forman parte indisoluble. México no está en Marte o en la Luna sino en este planeta donde el capital financiero internacional decide las políticas “nacionales” de los gobiernos que le sirven; por consiguiente, quien desee una “reforma profunda” del país y del Estado -lo cual por cierto no es lo mismo- debe tener muy en cuenta que no enfrenta solamente a los payasos de la carpa política local sino también a los dueños del Gran Circo capitalista mundial.

Por eso todo programa realista de cambios debe apoyarse en alianzas con fuerzas sociales latinoamericanas antiimperialistas, tanto en los gobiernos como fuera de ellos, y debe tener una clara política dirigida a conseguir respaldos en el proceso preelectoral, electoral y postelectoral, que es uno solo.

Grosso modo, se puede decir que México abarca diversos Méxicos desde el punto de vista étnico, social, de clases y desde el geográfico-económico y el cultural.

Por ejemplo, en lo cultural, los mexicanos cuando emigran al Norte para encontrar un capitalismo supuestamente más avanzado y con salarios mejores sufren por la discriminación nacional y racial, mientras en México mismo esa discriminación se practica diariamente contra los centroamericanos que pasan por el país y contra las mujeres mexicanas. ¿Cómo combatir esa lacra y sembrar solidaridad en una campaña meramente electoral, que trate de convencer a ciudadanos supuestamente preparados cuando éstos no son tales y, en cambio, son hombres y mujeres concretos que deben ser movilizados por los sentimientos comunitarios, los deseos de justicia y bienestar y las ansias de acabar con los agravios que son los lazos principales que los unen?

Desde el punto de vista étnico también hay complejidades: los indígenas están divididos entre la minoría que en Chiapas se identifica con el EZLN, por un lado, y las mayorías envenenadas y sometidas por el clientelismo del PRI o de otros caciques. Los indígenas, además, aunque en su mayoría son campesinos, artesanos, pequeños comerciantes, no encuentran solidaridad de sus iguales mestizos porque hay entre ellos un abismo cultural sobre el cual no hay puentes políticos, en gran medida por obra del Estado, o de la Otra Campaña que encerró a los chiapanecos en sus comunidades y fue sectaria frente al movimiento contra el fraude, o del propio Movimiento por la Alternativa que no ha hecho nada al respecto. De este modo en los conflictos de los ejidatarios de Sinaloa o Sonora éstos jamás recurren al apoyo de los peones rurales a quienes llaman “oaxacos” ni sostienen las luchas de éstos. ¿Cómo construir un gran movimiento nacional por la justicia sin trabajar para superar esta brecha?

Si se quiere tener una base de masas sólida para promover un cambio social, es necesario construir un bloque histórico, hoy inexistente, que una a los interesados en dicho cambio. Ahora bien, la mayoría de la población sigue al PRI, al PAN y al PRD pripanizado porque esa mayoría cree en el libre mercado como regulador de la economía, posibilitador de ascenso social y creador de democracia. Millones de campesinos, artesanos, profesionistas, obreros, emigran a Estados Unidos para integrarse en el capitalismo más puro y crudo porque no ven ninguna posibilidad de solución para sus problemas sociales o políticos a corto o a medio plazo en nuestro país La batalla por las ideas es pues fundamental. Y es necesario anclar en la cabeza de todos que los agravios y las infamias de ayer son la base de los poderosos de hoy y que, como lo demuestran otros pueblos indígenas, como el boliviano o el ecuatoriano, o mestizos pobres, es posible construir la historia modificando el rumbo seguido hasta ahora, completar lo que querían Zapata y Villa y que tuvieron que dejar a medias por su derrota, construir poder popular en el territorio de forma democrática, comunitaria, autogestionaria.

Un proyecto alternativo de Nación, como plantea el PRT, no puede ser meramente un proyecto antineoliberal. Los gobiernos del PRI anteriores a Miguel de la Madrid no eran neoliberales sino nacionalistas distribucionistas. Pero eran capitalistas, sometían a obreros y campesinos a los intereses del gran capital, reprimían todo intento de independencia política de los trabajadores y de su movimiento sindical. La alternativa no es tener que escoger entre un gobierno capitalista con una política nacionalista y distribucionista que no haga ninguna reforma de estructura en el sistema o, en cambio, el neoliberalismo actual, es decir, la dominación del capital financiero internacional. No hay alternativa sino semejanza de base entre dos tipos de gobierno y de políticas capitalistas –nacionalista vs neoliberal- sino entre los gobiernos y las políticas del gran capital financiero internacional y un gobierno popular, que se apoye en los organismos de control y de poder de los trabajadores urbanos y del campo y reestructure a fondo la economía para poner como prioridad el trabajo, la producción, la reorganización del territorio, el fin de la corrupción, de la explotación nacional y social, la restauración de los derechos a una vida digna y tranquila, la democracia.

Eso podría parecer utópico en la actual situación mundial, pero fue posible en Bolivia, que tiene mucho menos peso en la economía mundial y menos recursos que México. Utópico, en cambio, es creer que bastan las papeletas en las urnas para producir una ola de fondo tal que permita hacer un cambio profundo –aunque no radical- en el país (pues tal cosa sería barrer el panpriísmo y abandonar las políticas neoliberales).

Las mayorías electorales son sólo el resultado de la conquista, en la vida del país, de mayorías sólidas, desde el punto de vista político, cultural y de las esperanzas. Las elecciones son solamente un termómetro de la temperatura política de los pueblos, no la causa de las mismas. Y los votos, como lo enseñó la experiencia del 2006, sólo son reconocidos por el grupo mafioso arraigado en el gobierno si detrás de ellos hay una gran fuerza organizada que pueda hacer temer lo peor a las clases gobernantes si intentan torcer la voluntad superior y cuyo peso y atracción divida, al mismo tiempo, a las fuerzas armadas separando en ellas a los constitucionalistas y nacionalistas de los mercenarios del imperialismo.Pero para organizar esa fuerza, como dijimos, hay que tener un análisis que la mayoría de la población sienta que es justo y convincente y un objetivo que movilice y despierte entusiasmo.

Ahora bien, el análisis de las clases que realiza el Proyecto Alternativo de Nación no se ajusta a la realidad. No existe una fuerza capitalista nacional que crea posible un capitalismo nacional regulado por un Estado con una política de Bienestar Social. La mayoría aplastante de los capitales financieros e industriales o comerciales están en manos de transnacionales, que están entrelazadas con los mayores grupos capitalistas mexicanos. Algunos de éstos son, a su vez, transnacionales y están atados al capital financiero internacional. El grupo en que se apoya Calderón no es, por consiguiente, una excrecencia mafiosa sino que es la expresión de la tendencia del capitalismo en México a prescindir de la legalidad y de la Constitución y a apoyarse en la violencia recurriendo, en última instancia, incluso a la ocupación por tropas extranjeras, como plantea el gobernador de Texas sin que eso provoque escándalo alguno en Los Pinos.

Como Colombia, México no tiene un Estado firme en el sentido de que no hay consenso social que apoye y sostenga al aparato estatal ni siquiera entre los que lo utilizan o apoyan para sacar tajada a corto plazos de esta situación. La fuerza principal del aparato estatal y del Estado reside en la falta de una oposición real que comience a aplicar políticas alternativas. El gobierno no tiene proyectos ni siquiera a dos años de duración ni previsiones propias y se limita a depender de lo que suceda en Estados Unidos. Este es el resultado de la política de decenios del capitalismo mexicano y de la dependencia total de Washington. Renovar y regenerar el capitalismo en México no es por eso un objetivo entusiasmante para las víctimas del sistema que, desmoralizadas y sin perspectivas, se refugian en la abstención o en la emigración y hasta esperan tener una suerte personal menos grave arrimándose al clientelismo mafioso de otra ala del PRIPAN.

Si, por otra parte, el Proyecto Alternativo propone a los trabajadores mexicanos seguir el ejemplo de China no es posible que esa propuesta los convenza y organice. Porque el crecimiento económico y la transformación de China se basan en los bajísimos salarios, terribles condiciones de trabajo, larguísimos horarios laborales, y en la inexistencia de protección sindical y de democracia que permiten a las transnacionales obtener en China ganancias infinitamente mayores que en sus países de origen. Para poder competir con China en esos terrenos, por consiguiente, habría que llevar a sus lógicas consecuencias las políticas de los gobiernos del PRI que ofrecían al capital internacional invertir en México mostrando a los candidatos a inversionistas los bajos salarios, la corrupción de los controles estatales, la inexistencia de regulaciones ambientales. O sea, habría que liquidar todo lo que queda de las conquistas de la Revolución Mexicana, comenzando por los aspectos relacionados con la dignidad de los trabajadores, e imponerles condiciones peores de las que existen en China, en una verdadera guerra entre los pobres basada en condiciones de explotación cada vez más infames.

Evidentemente, no es ese el objetivo del Proyecto Alternativo de Nación, que quiere solamente al mencionar a China destacar el papel que podría tener un Estado fuerte y centralizado en la economía, pero los trabajadores saben que las mercancías chinas que llegan por nada y compiten ventajosamente con las nacionales son el resultado de un trabajo semiesclavo y en China sólo ven como positivo, en todo caso, el enfrentamiento de Beijing con Washington y no su política económica y social.

El Proyecto Alternativo de Nación, contradictoriamente con lo anterior y con el corazón mismo de sus propuestas, dice que hace suya la concepción indígena andina del Buen Vivir la cual, como se sabe, se opone al neodesarrollismo, a la minería, a todo lo que afecte el ambiente, al monocultivo masivo, a la política extractiva basada en la explotación a fondo de los recursos en hidrocarburos. O esa declaración sobre el Buen Vivir es simplemente un tributo a la moda cultural actual o está en total contradicción con el tipo de economía y de política que ofrece el documento que analizamos y, por lo tanto, conviene desarrollar la frase como una política de protección ambiental, de consumos y producción alternativos para conseguir el apoyo de los ambientalistas y, lo que es más importante, de las víctimas de la comida chatarra, de la deforestación, del arsénico en el agua, de las minas-trampas mortales, del desastre ambiental en general.

Por otra parte, para que el documento sea más convincente y movilizador, a mi juicio debería concentrar y dar forma tajante a algunas propuestas que están dispersas en diversos puntos y dar algunos ejes concretos a la campaña de movilización –no meramente electoral- para el año que queda ante de las elecciones presidenciales.

Por ejemplo, propone correctamente reducir a la mitad los altos salarios del aparato estatal pero sería mucho más eficaz decir “reducir a la mitad los sueldos del presidente, de los diputados, senadores y miembros del aparato estatal para hacer una política que haga frente a la crisis”. Además, no sólo exigir que las entidades financieras paguen impuestos como cualquiera sino plantear una modificación del sistema impositivo, de modo que éste se base en los impuestos a la ganancia y a la renta y no en el IVA y los impuestos indirectos, que deben ser reducidos drásticamente y además, proponer la elaboración de leyes antimonopólicas para las empresas, las finanzas, las comunicaciones pues el libre mercado es una mentira que debe ser desenmascarada.

El documento tampoco propone sostenes para la producción campesina, para la defensa ambiental y la reforestación, para la protección del agua, ni llama a un aumento de salarios que compense el deterioro del nivel de vida y promueva el mercado interno. No pone la lucha contra la corrupción y la cárcel para los corruptos como medida inmediata y central de la movilización popular, a pesar de que este problema es muy sentido y, si bien se opone a la utilización de las fuerzas armadas en tareas de policía, no dice que acabará con la militarización del país ni propone un plan especial, pagado por los grandes capitales, para dar empleo bien remunerado y sacar a los jóvenes de la alternativa emigración o delincuencia. Si bien defiende justamente la autonomía de los pueblos originarios y lucha por los derechos que se les niegan no convierte en temas centrales el problema de las comunidades indígenas, ni el ambiental, ni el del control de los recursos de cada territorio para formular desde allí planes y objetivos de desarrollo, ni el de la democracia social en los municipios.

El Proyecto Alternativo de Nación, como hemos dicho, no es alternativo y es sólo una plataforma electoral que busca la mayoría de los sufragios para encarar una política estatal nacionalista distribucionista y no neoliberal. No se le pueden pedir, por lo tanto, análisis ni propuestas radicales, aunque sí claridad, coherencia interna, eficacia en relación con el fin que se propone conseguir.

Sin embargo, hay que considerar que en las actuales condiciones, con la crisis capitalista mundial, la descomposición del Estado en México y las tensiones bélicas en Extremo Oriente y en el Golfo Pérsico, las elecciones mismas aparecen brumosas, en un horizonte inseguro y lejano. No es imposible que medidas particularmente torpes y brutales de Estados Unidos o de Los Pinos puedan desatar reacciones de masas en nuestro país, que está harto ya de corrupción, de violencia de las clases gobernantes y de sus aparatos y cuya economía popular ha sido sangrada una y otra vez desde hace treinta años.

Hoy la mayoría de los votantes muy posiblemente se abstendrá, como siempre; los fraudes directos e indirectos y las compras de votos, como siempre, favorecerán a los partidos de gobierno; los medios de comunicación, como siempre, insultarán durante todo el día al candidato “peligroso” Pero en la historia hay rupturas porque los “como siempre” y los “aquí no pasa nada” desaparecen cuando algún agravio particularmente intolerable recuerda todos los otros agravios del pasado y lleva a recorrer los caminos aparentemente perdidos de la resistencia popular de masa, que están presentes siempre en la memoria histórica. Estallidos como la Revolución Mexicana o, en otro orden de importancia, el de la APPO en Oaxaca, sorprenden entonces a sus propios participantes.

Por otra parte, hay reformas que se tornan revolucionarias porque son incompatibles con el sistema, como lo fue la no reelección en 1910 o es hoy la lucha contra la corrupción, el saqueo, los altos sueldos, el arbitrio, las injusticias y prepotencias cotidianas que deben sufrir los mexicanos “de clase B”. Para que esos momentos revolucionarios surgidos de necesidades reformistas tengan una dirección adecuada deben prepararse incluso los moderados y pacifistas que, sin embargo, sean capaces de tener en cuenta lo que pueda hacer el enemigo y cómo podría reaccionar violentamente.

Por otra parte, el documento y las acciones mismas de López Obrador son moderados y buscan controlar un movimiento nacional de masas que quieren canalizar hacia las elecciones. Pero quien trabaja no vive de elecciones, no come elecciones y no quiere delegar en otros el poder de decidir Mientras se espera el 2012 habrá que ver cómo contrarrestar la rebaja de los salarios reales, cómo frenar la ofensiva contra todas las conquistas, cómo defender los derechos. Por eso hay movimientos que no son inseparables de las intenciones de voto porque en el momento de poner la boleta en la urna se tienen en cuenta todas las luchas y experiencias.

¿Cómo convencer además a los sectores juveniles, indígenas, campesinos, que desdeñan el campo electoral y lo que no creen en la “política” en general?. El Proyecto se dirige a un movimiento, todavía minoritario pero masivo y con grandes posibilidades, que es tendencialmente mucho más radical que lo que propone el documento porque ha ”leído” a su modo la historia nacional que es la de la violencia de las clases gobernantes y las de las grandes gestas populares que arrancaron las conquistas históricas.

Por eso entre el Proyecto Alternativo de Nación y su apoyo social, entre la dirección política del movimiento y éste mismo, no hay un signo de igual sino una relación contradictoria, dialéctica. La “base” más radical pero que cree en la “dirección” presiona sobre ella para que adopte las resoluciones que los integrantes de esa “base” (esos miles de cuadros populares) desean. Y espera que esa “dirección” se juegue en los movimientos actuales, para ver si tiene la suficiente audacia y sensibilidad para responder en los momentos decisivos.

Pienso por consiguiente que el apoyo crítico que da al Proyecto el Partido Revolucionario de los Trabajadores no necesita encontrar, forzadamente, en ese documento electoral elementos de anticapitalismo que allí no aparecen. Trotsky no buscó en Lázaro Cárdenas, a quien respetaba, ningún anticapitalismo: le bastó con que el caudillo militar, ex general callista, barriese al callismo apoyándose en la movilización de las masas y golpease a las empresas imperialistas recuperando para México sus recursos naturales. La piedra de toque, entonces, es la capacidad de generar movimientos de masas, de desatar la capacidad creativa de éstas. Y eso se puede ver y medir participando en el movimiento, intentando en el curso de las acciones elevar el nivel de conciencia y de organización del mismo, proponiendo objetivos más realistas y radicales que los que aparecen en la letra del Proyecto que, al querer ganar los votos de los moderados, corre el riesgo de perder los de los trabajadores y activistas obreros, campesinos, estudiantiles.

El PRT, por supuesto, intenta honestamente tender un puente entre una izquierda sectaria para la cual “todos son iguales” y el movimiento lópezobradorista, en el cual estuvo ya en primera fila en el Plantón de Reforma y en la lucha contra el fraude. Pero para eso no es necesario atribuirle al Proyecto elementos anticapitalistas que no tiene: basta en cambio con saber que, si en su momento había que estar junto a los cardenistas en sus luchas sin ser partidarios del general Cárdenas y había que acompañar al movimiento henriquista en su lucha por la democracia pese a todo lo que separaba a los socialistas del general Miguel Henriquez Guzmán, hoy no es posible no intentar organizar y dar conciencia clasista al movimiento que está construyendo Andrés Manuel López Obrador.

Este es un movimiento con programa burgués pero sin burguesía ni siquiera en su dirección y con una base popular muy amplia que incluye a los mejores sectores de los trabajadores y de la intelectualidad. Ahora bien: no se puede construir socialistas en el vacío sino transformando en las luchas mismas a los revolucionarios y luchadores en revolucionarios socialistas conscientes, trabajando codo con codo con ellos. Aquellos que no quieran manchar su “pureza” mezclándose con los “impuros” en una lucha que es formalmente intercapitalista pero que tiene una dinámica potencialmente transformadora mejor harían si se encerrasen en un colegio de niñas para hacer encajes y poder mantener limpias sus manitas…

Lo que considero particularmente importante en el saludo del PRT es la voluntad de construir un eje obrero y en lucha en un movimiento que aspira a ser puramente electoral y sólo para conseguir eventualmente un triunfo en las urnas. Los votantes, por definición, son individuos cuya acción común consiste, cuando mucho, en participar en manifestaciones y en colocar la misma papeleta en las urnas. Los grupos obreros sindicalizados y organizados unen en cambio su lucha cotidiana con su decisión electoral.

No hay competencia de ningún tipo entre la ANP que propuso el Sindicato Mexicano de Electricistas, sin concretar después su creación, o la independencia política de los trabajadores que auspició el Congreso Social reciente, por un lado y el Movimiento electoral que sigue a AMLO. Ya se demostró en el 2006, cuando los sindicalistas del SME fueron fiscales en las urnas o lucharon en las calles contra el fraude que despojó a AMLO de la presidencia. Quienes ven una inexistente competencia entre ambas fuerzas sólo piensan en las instituciones, en la conquista de curules para sí mismos y no en el cambio de la relación de fuerzas sociales. El moderadísimo Partido Laborista inglés está formado por una sección de afiliados directos y por los sindicatos como miembros colectivos más una serie de asociaciones de todo tipo. La mano tiene cinco dedos, pero para golpear se unen y se c9onvierten en puño.

Ahora bien, las presiones electoralistas y sectarias sobre el SME y las vacilaciones de Esparza debilitan la lucha del SME y el apoyo al propio AMLO. A mi juicio, cuanto más fuertes sean los movimientos de resistencia y lucha y cuanto más claros sean los objetivos propios de los trabajadores, más se precisará el programa y la organización del movimiento que respalda a AMLO y mayores serán sus perspectivas electorales. El triunfo electoral de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 fue robado escandalosamente porque no fue ni preparado ni defendido con la resistencia civil. El del 2006, igualmente impreparado y sin base organizativa propia, fue defendido por una resistencia civil desorganizada, saboteada, inconsistente. Tener, por lo tanto, una columna vertebral sindical y obrera, democrática, que tienda a romper con el corporativismo y a dar un eje de luchas sociales a la campaña electoral, sólo puede reforzar mucho a ésta. La propuesta y el saludo del PRT, por consiguiente, deberían encontrar una respuesta política adecuada de parte de los autores del Proyecto Alternativo de Nación

Buenos Aires, 27 de noviembre del 2010