¿Antiliberalismo o anticapitalismo?: Daniel Bensaid



¿ANTILIBERALISMO O ANTICAPITALISMO?

LAS PALABRAS Y LAS COSAS

Daniel Bensaïd

 "¿Una izquierda auténtica debe definirse como anticapitalista o antiliberal? El antiliberalismo es en el mejor de los casos un significado flotante que designa un frente de negaciones que irían de la izquierda revolucionaria al pacifismo teológico." Una contribución de nuestro camarada Daniel Bensaïd en el marco de un debate organizado por las revistas francesas "Mouvements" y " Politis".    

El antiliberalismo es un término muy extenso. Tan vasto y plural como los propios liberalismos. Envuelve la gama de las resistencias a la contrareforma liberal aparecidas desde la insurrección zapatista de 1994, las huelgas del invierno de 1995 y las manifestaciones altermundistas de 1999 en Seattle. Expresa una gran denegación social y moral que no ha llegado (¿aún?) a dotarse de estrategias políticas realmente alternativas. Puesto en escena a escala planetaria por los foros sociales, popularizado por los libros críticos de Viviane Forrester o de Naomi Klein, es el momento -necesario sin duda alguna- de la negación: "El mundo no es una mercancía, el mundo no debe venderse…" “Otro mundo es necesario”, pero ¿cuál? Y sobre todo: ¿cómo volverlo posible?

 

Este "momento antiliberal", señalado por el regreso de la cuestión social y la irrupción de los movimientos sociales (antiguos o "nuevos"), permitió deslegitimar al discurso liberal que triunfaba a principios de los años noventa. Pero, de las respuestas que deben aportarse a "la revolución pasiva" neoliberal, el espectro está bastante abierto. Hablar en singular de un movimiento altermundista, como si se tratara de un gran sujeto susceptible de tomar el relevo de un proletariado en vías de extinción, es no solamente aventurado, sino erróneo. Sobre el "Otro mundo”, cohabitan en efecto -y esto está muy bien así, a condición de no desvanecer las divergencias reales en un consenso diplomático- los opositores radicales a instituciones como el Banco Mundial y la OMC, así como partidarios de sus políticas; partidarios del "sí" y del "no" al referéndum sobre el Tratado Constitucional Europeo (TCE); los que quieren humanizar la mercantilización del mundo y los que quieren derribar los ídolos; los que administran las privatizaciones y las reformas de la protección social, y los que se oponen a ellas…

¿Todos antiliberales? En cierta medida y hasta un determinado punto. En distintos grados y de modo diferenciado. Algunos se contentarían con corregir el margen de excesos del liberalismo salvaje, sin poner en entredicho su matriz capitalista. Otros quieren cambiar radicalmente de lógica social. Las líneas divisorias no dependen, o sólo de manera secundaria, de cuestiones terminológicas (antiliberalismo o anticapitalismo), sino de cuestiones políticas concretas. Lula y el Partido de los Trabajadores, en Brasil, así como Refundación Comunista, en Italia, han sido, desde el principio de los Foros Sociales en 2001, los dos pilares del movimiento altermundista en América Latina y Europa. El primero es actualmente un destacado alumno neoliberal, citado como ejemplo por el Fondo Monetario Internacional. El segundo colabora con disciplina a la política belicista e antisocial de Romano Prodi. Ambos purgan sus partidos respectivos de aquellos representantes electos críticos. Queda claro en América Latina que "el antiliberalismo" de Chavez o de Morales no tienen el mismo sentido, ni la misma dinámica que el de Lula o Kirchner.

El antiliberalismo es entonces en el mejor de los casos un significado flotante para designar un frente de negaciones que va de la izquierda revolucionaria a las utopías neokeynesianas, del pacifismo teológico al antiimperialismo militante. Puede ser una palanca unitaria eficaz para acciones y campañas precisas, como contra la deuda externa o contra la guerra, contra la directiva Bolkenstein o contra el Tratado Constitucional (aunque, sobre este tema, el frente se haya dividido). Pero no constituye en sí un proyecto político. Eso eso lo que mostró la división de la izquierda radical en Francia en las elecciones legislativas y la presidencial: la "victoria defensiva" que representa el "No" al referéndum sobre el TCE no era mecánicamente convertible en una dinámica ofensiva alrededor de un programa y de una estrategia de alianzas.

Las cuestiones propuestas por la revista Politis son en su mayoría formuladas en términos de definiciones. ¿Una izquierda auténtica debe definirse como anticapitalista o antiliberal? ¿Cómo se define en relación a la economía de mercado? La manía de la definición es característica del gusto francés por la razón clasificadora y su manía del orden. La definición fija e inmoviliza. La determinación dialéctica pone al contrario el acento sobre el devenir y la dinámica.

¿Antiliberalismo o anticapitalismo? Esta no es una cuestión de etiquetar o de definición, sino de orientación; no es una cuestión de catálogo de medidas y reivindicaciones para campañas electorales, sino de intervenciones que permiten evaluar, en la prueba de la práctica, las alianzas y los compromisos que aproximen a la meta buscada, y de los que le vuelven la espalda.

Una política de ruptura con el despotismo anónimo de los mercados exige hoy día que la lógica del bien común, del servicio público, de la solidaridad se coloquen por encima de la del beneficio a toda costa, del cálculo egoísta y de la competencia de todos contra todos. Eso exige atreverse a incursiones enérgicas en el santuario de la propiedad privada (incluida la propiedad inmobiliaria y financiera, que desempeña un papel clave tanto en las cuestiones ecológicas como en las de la urbanización y del alojamiento). Exige una oposición intransigente a la guerra de reconquista colonial, a la economía armamentista, a los pactos militares imperialistas. Pasa por una ruptura con el yugo de los criterios de convergencias y el pacto de estabilidad europeos, por una noche del 4 de agosto fiscal, etc.

Una lucha resuelta sobre estos objetivos es rigurosamente contradictoria con las coaliciones parlamentarias y gubernamentales con Blair o Schröder ayer, o con Prodi o Royal hoy, so pena de volver porosa la frontera entre la izquierda y la derecha hasta el punto que los tránsfugas (¡en los dos sentidos!) puedan cruzarla sin tener al menos el sentimiento de ser renegados. La cuestión de las alianzas no es la prótesis técnica o la simple prolongación instrumental de un programa destinado a cambiar el mundo. Es una parte integrante.

¿Las tareas del servicio público pueden confiarse al interés privado? En 1977, Michel Rocard (agradablemente) había sorprendido a un grupo de patrones declarando que las lógicas de la regulación -plan o mercado- son globales, y que no se apoyan en el mercado. Eso era hablar de manera franca y verdadera. Tan verdadera que una vez que esa “izquierda” se hizo cargo de esos asuntos, Laurent Fabius fue el primer Primer Ministro se la jugó a fondo con la libre circulación de capitales; y Pierre Bérégovoy, "el primer artesano de la desitermediación bancaria" [1]. No se trata de abolir todas las relaciones comerciales, sino de saber qué se debe privilegiar, la soberanía democrática (del poder popular constitutivo) o el fetichismo autómata de los mercados.

La cuestión no se reduce a la parte de la apropiación social autogestionada de los medios de producción, comunicación y de intercambio. Implica lo mismo a la política fiscal, un control político de la herramienta monetaria, una redefinición de los servicios públicos, una reorientación del comercio exterior. Que, en tal marco, las tareas del servicio público puedan delegarse a operadores privados no es una cuestión de principio, si son encuadradas por legislaciones fiscales y sociales vinculantes. Además las formas de apropiación social pueden ser muy variadas, de la empresa pública a la cooperativa autogestionada. Pero, aún aquí, la cuestión crucial es la de las relaciones de fuerzas sociales y políticas, y del poder real de decisión.

Para ir a la raíz de las cosas, un antiliberalismo radical debe atacar al disco duro del capital, volver el derecho a la existencia (al alojamiento, a la salud, a la educación, al empleo) opuesto al derecho de la propiedad. Debe oponer a la privatización y la mercantilización del mundo una política de solidaridad social, desmercantilización y gratuidad. Por lo tanto, la distinción formal entre antiliberalismo y anticapitalismo se difumina: es resistiendo a lo irresistible que uno se vuelve en revolucionario sin forzosamente saberlo.

28 de octubre de 2007

Traducción: Andrés Lund Medina