Guillermo Almeyra: Calma, paciencia y un instrumento adecuado

Calma, paciencia y un instrumento adecuado
Guillermo Almeyra
N
o se puede hablar con propiedad de un retorno del PRI porque hasta los años 80 ese partido, incluso en sus peores momentos, tenía lazos lejanos con la Revolución Mexicana, en cuyo nombre pretendía hablar. Era el partido que desarrollaba mediante el Estado una burguesía nacional corrupta y parasitaria pero estaba obligado a hacer concesiones a un poderoso movimiento social, obrero y campesino que trataba de controlar mediante el sistema corporativo y los charros.
Era un partido clientelista, que debía corromper masivamente para ejercer la corrupción, y un partido que vivía del mercado interno y de la política. Desde Salinas es, en cambio, un instrumento del capital financiero internacional, una bomba de succión de los recursos mexicanos para pagar la deuda externa y las ganancias de las trasnacionales y ha borrado toda diferencia de fondo con el PAN, el enemigo de la Reforma, el adversario lleno de odio del gobierno de Lázaro Cárdenas, el partido de los imperiales y de los imperialistas. El PRI de Peña Nieto, del viejo PRI sólo conserva los métodos sin escrúpulos, las políticas rayanas en la delincuencia, los nexos con el crimen.
El México nacido del pacto con campesinos y obreros está muerto y fue enterrado oficialmente por el Innombrable ya en 1988. Hoy es un país que ofrece al capital internacional la libra de carne de millones de emigrantes baratos y, mientras dura, la riqueza petrolera y minera; el Estado es un semiestado en descomposición, los gobernadores del PRI participan en los diversos cárteles que se dividen el territorio, desde Estados Unidos controlan las políticas de las fuerzas armadas, las finanzas, la política internacional, y todas las conquistas sociales, ya desgastadas y roídas hasta los huesos, desaparecen día a día para acabar de poner la mano de obra mexicana por debajo del costo de la china.
Frente a eso, es necesaria la rebelión. Pero ¿cuál, cómo, cuándo? En un país con una amplia mayoría conservadora (que se abstiene sosteniendo así al poder o vota por los partidos de sus opresores y explotadores y bebe sin chistar buena parte del veneno que destilan Televisa y Tv Azteca porque todavía no lee diarios ni tiene un pensamiento crítico), lo esencial es dar la batalla por las conciencias, organizar, difundir, enseñar tanto en la lucha tenaz y punto por punto por preservar lo que queda de las conquistas del pasado como en la vida cotidiana y gris en barrios, fábricas, comunidades.
Al dominio de los medios monopólicos del capital hay que contraponerle la paciente y calma construcción permanente de una contracultura, que es también contrapoder.
Los asesinos y violadores en el caso de Atenco están extendiendo sus métodos a todo el país, pues sólo dependen de la coerción, ya que no tienen consenso. Ellos tienen interés en hacer abortar, mediante provocaciones que justifiquen represiones masivas, los intentos de organización alternativa del país real, el de los trabajadores, entendiendo por tales todos los que, de un modo u otro, hacen posible que el capitalismo funcione. Llevar a choques prematuros entre pequeños destacamentos aún aislados de jóvenes justamente furiosos y los órganos de represión, les resulta esencial para evitar la organización vasta del repudio y también la politización de parte de los soldados y granaderos. El gobierno necesita provocadores en las manifestaciones, llamados a la guerrilla y falsos guerrilleros que ni siquiera disparan una idea organizadora y que son verdaderos cazabobos.
Un embarazo requiere nueve meses. Si el padre impaciente, para apresurarlo, salta sobre el vientre de su compañera a los cinco, seis o siete, matará parturienta y criatura. La pelea que hay que dar, y por todos los medios, habrá que darla después de conseguir que la relación de fuerzas sea menos desfavorable, para que el combate no sea una aventura.
Por consiguiente, lo que México necesita hoy es un partido que se apoye en el movimiento obrero y campesino y en una mayoría popular, los organice en forma independiente del Estado y de los instrumentos de éste (comprendidos los partidos institucionales), e incorpore a las izquierdas a una vida interna democrática y plural basada en principios y orientaciones anticapitalistas consensuadas.
El esqueleto de ese partido es la Organización Política de los Trabajadores, creada por el SME y otros sindicatos y fuerzas de izquierda: ahora depende del pueblo mexicano darle carne, nervios, músculos, sangre, insuflarle vida y lanzarlo a la acción.
La transformación capitalista dependiente del país ha fusionado la gran burguesía nacional con el capital financiero internacional, del cual es socia y parte constitutiva. Esa burguesía nacida en México pero no mexicana tiene su corazón y su billetera en Wall Street y, como las trasnacionales, es antisindical, hostil frente a los consumidores, explotadora desenfrenada de sus trabajadores, depredadora del ambiente y de los bienes comunes. La alianza que le ofrece Morena (o incluso alguno de los componentes de la OPT) es utópica. Los cerdos no vuelan, ni cambian jamás sus hábitos.
México resiste en cambio en las comunidades indígenas, en las heroicas luchas como la de los electricistas, con sus policías comunitarias. Es posible unir todos los puntos de lucha y engarzarlos en un collar común de resistencias, donde se eleve el nivel político de los objetivos puntuales y de las luchas. Tan dañino como la desesperación y la impaciencia de quienes no saben esperar actuando y construyendo y llaman a la pelea ya, pero ya mismo y en cualquier condición, dando audiencia a los provocadores, es el sectarismo de quienes no están dispuestos a dar siquiera un paso adelante con alguien que no concuerda en un ciento por ciento con lo que ellos dicen. Marchando juntos, aunque sea un trecho, se podrán discutir mejor las perspectivas. Llegó, por lo tanto, la hora de hacer el balance de la otra campaña o del electoralismo ciego, para salvar lo que en ambos, pese a todo, era y sigue siendo justo. Llegó la hora de pensar.